Necesitaba la luz como Superman para alimentarse. Aquella ciudad había sufrido una noche polar de más de un mes, y él se movía entre la depresión estacional y el solipsismo. A duras penas saco energía para ver entre las persianas, que el sol había cumplido su promesa de volver, y sintió la felicidad intensa de un niño. Se preguntó si las plantas sentirían lo mismo a pesar de sus ademanes de mimo.
Los egipcios, los aztecas… Todos tenían una visión certera: hay mundo gracias a él y si el quisiera, nos destruiría en un segundo. Decidió pasar el resto del día fuera, haría frío, pero había que dar la bienvenida a la estrella como se merecía.
Dejó la depresión estacionaria y el solipsismo bien colgados en una percha con una bolita de naftalina y se enfundó alegría y orgullo por resistencia, y con esos tonos salió a la calle donde se cruzó con muchos otros calzando vivas y hurras de bienvenida para el valiente.
El pensó para sus adentros, al mirar a todos sus coetáneos, si yo fuera él, no volvía.